Homenaje a Horacio Castillo - poeta - por Julio Corigliano



Horacio Castillo nació en 1934 en Ensenada, provincia de Buenos Aires, el 6 de julio de 2010 falleció a los 76 años.Fue miembro de número de la Academia Argentina de Letras y correspondiente de la Real Academia Española. Publicó los libros Descripción (1971), Materia acre (1974), Tuerto rey (1982), Alaska (1993), Los gatos de la Acrópolis (1998), Cendra (2000), y Música de la víctima (2003). Durante el 2005 la editorial cordobesa Brujas publicó su poesía completa bajo el título “Por un poco más de luz”, incluyendo el poema Mandala, hasta el momento inédito. Antologías suyas fueron publicadas también por la editorial Colihue, y por el Fondo Nacional de las Artes. Tradujo a numerosos poetas griegos, entre ellos a Calímaco, Kavafis, Elytis y Ritsos.




Un entrañable recuerdo

Es absolutamente un privilegio conocer a un gran hombre, una personalidad rica y creativa, una interioridad profunda y al mismo tiempo generosa y comunicativa. Horacio Castillo era indudablemente uno de esos grandes hombres y yo he tenido el enorme privilegio de conocerlo y ser su amigo. Tampoco dudo un punto en calificarlo como uno de nuestros más importantes artistas, un poeta dotado de la magia y la lucidez del genio. Por estos motivos declaro que he disfrutado y valorado como un verdadero tesoro su entrañable compañía. Me gustaría hoy recordarlo con una anécdota de su vida contada en uno de los tantos encuentros que durante años he sostenido con él y el escritor y amigo José Kameniecki, a quien agradezco haberme puesto en contacto con el poeta. Nos refirió, entonces, Horacio, que de joven había conocido entre otros ni más ni menos que a Vicente Aleixandre, poeta andaluz, premio Nobel de literatura en los años setenta. Fue allá en su primer viaje a Europa cuando muy joven aún y llevando sus primeros versos en el bolsillo, versos que no pasaban de ser un trabajo de aprendizaje, se animó a incluir en su ruta turística no sólo legendarias arquitecturas y museos sino visitas a grandes artistas vivientes. Y fue el caso de Aleixandre. Llegó un día a su casa, tocó a su puerta y lo atendió una señora que oficiaba de casera. Explicó el motivo de su presencia y recibió de parte de dicha mujer una amable respuesta que ponía algún reparo a la posibilidad de realizar el encuentro, ya que Vicente padecía de asma crónica y en esos días no se encontraba del todo bien... Horacio sugirió dejar el asunto y marcharse. Ella le rogó que esperara un momento. Al rato volvió la casera y le preguntó si no tenía inconveniente en que el poeta lo recibiera recostado en un sofá, ya que estaba sumamente agotado por los ataques. Fue conducido a una sala amplia donde lo esperaba el gran hombre... Luego de saludarlo Horacio comenzó a declararle su reconocimiento por su valiosa obra, pero Aleixandre lo interrumpe y le dice... No, hombre, no me cuente nada de mí mismo... seguramente usted también escribe y no sería raro que haya traído algo suyo. Horacio, sorprendido, le responde afirmativamente, a lo cual Vicente le ruega que le lea... Dicho y hecho. ¿No es acaso para todo artista el cumplimiento de un sueño, poder hacerse conocer por aquellos que admira? Así, mientras el reconocido poeta descansaba de su asma hundido en el sofá, oyendo casi entre sueños y con los ojos cerrados, el poeta incipiente leía con pudor, entusiasmo y una pizca de miedo sus versos. Luego de un rato de profunda concentración, Aleixandre se incorpora y le dice a Castillo: Muchacho, lo que usted escribe es hermoso... usted es un poeta. Y para asombro y casi consternación de ese joven le orden: Oiga usted... y comienza a recitar de memoria e impecablemente uno de los primeros poemas que leyera Horacio. ... ¿Qué más? ¡Que el gran hombre nos agasaje de ese modo... como sólo el gran hombre puede hacerlo!

Y recuerdo la alegría y el reconocimiento de Castillo al contarnos esta preciosa anécdota. Hoy, podría decir otro tanto de su maravillosa capacidad para escuchar y atender a quienes como yo se le han acercado. No olvidaré jamás sus cálidos abrazos, la generosidad de su recepción, el don preciado de su confianza, su interés por lo que uno iba pensando y escribiendo. Todo ello, signo distintivo de un corazón talentoso y una destacada bonhomía. Por supuesto, luego de su muerte nos queda el común consuelo de saber que nos ha dejado su obra, un maravilloso legado... pero, por mi parte, algo más, un diálogo que no tiene por qué haber acabado, ya que hay cosas que, como podría decir de todos mis amigos, sólo puedo hablarlas con Horacio.

Julio Antonio Corigliano.

Licenciado en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires y Profesor para la Enseñanza Primaria. Escritor , poeta y ensayista.